jueves, 24 de octubre de 2013

DOMINIO VERSUS SOMETIMIENTO: LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO

 CONCEPTUALIZACION DESARROLLADAS POR JESSICA BENJAMIN  (1)                                      

                                                                                                              **Compiladora Sonia Cesio


Jessica Benjamin trata de comprender cómo se desarrolla en el ser humano la dominación y su contrario, el sometimiento. Considera que la dominación y el sometimiento forman parte de un sistema de ida y vuelta que involucra tanto a los que ejercen el poder,  como a los que se someten a él. Investigó sobre cuáles son las motivaciones psicológicas que llevan a aceptar la opresión, la humillación y el servilismo, descubriendo un proceso complejo del desarrollo psíquico y con posibilidades de cambiarlo,  si se aborda desde su dinámica más profunda.

Cuestiona la forma masculina de la autoridad,  poniendo en marcha  un nuevo enfoque para captar la tensión entre el deseo de ser libre y el de no serlo.
Nos dice que el sometimiento se origina en la transformación de la relación entre el sujeto y el otro. Dominación y sumisión resultan de una ruptura de la tensión necesaria entre la autoafirmación y el mutuo reconocimiento: una tensión que permite que el sujeto y el otro se encuentren como iguales soberanos.
La afirmación de uno mismo y el conocimiento del otro constituyen los polos de un delicado equilibrio difícil de mantener. El reconocimiento hallado es la respuesta del otro que hace significativos los sentimientos, intenciones y las acciones del sujeto: le permite que ejerza su capacidad de ser agente de sus propias acciones en el mundo, de un modo tangible.

En la zona de encuentro entre madre e hijo,  se construye el vínculo entre ambos por parte de la madre. En esa temprana interacción, la madre ya puede identificar los primeros signos de reconocimiento mutuo. El placer de reconocer la existencia del otro tiene que incluir tanto la conexión con él, como el reconocimiento de su existencia en tanto ser independiente.
La intersubjetividad describe las capacidades proporcionadas por la interacción entre el sujeto y sus semejantes. El elemento crucial que se explora es la representación de sí mismo y el otro como seres distintos, pero interrelacionados.

A medida que la vida evoluciona, la afirmación y el reconocimiento pasan a ser motivaciones importantes en el diálogo entre el sí mismo y el otro, con sus conflictos y dificultades. Recordemos el pasaje de la libido del yo (cuando el sujeto se centra en si mismo) a la libido objetar: donde aparece el reconocimiento del otro, como fuente de satisfacción y en función de establecer múltiples intercambios.
Esta idea de reconocimiento mutuo es crucial para la visión intersubjetiva; implica que tenemos que reconocer al otro como una persona separada, semejante a nosotros pero distinta. Esto significa que el niño tiene también la necesidad de ver a la madre como un sujeto independiente (de sí mismo). A su vez, la madre sólo puede proveer este reconocimiento si posee en sí misma, una identidad independiente. Esto es una meta evolutiva tan importante como la separación.

La mutualidad es una tensión esencial. El estudio de la interacción lúdica temprana revela que el principal medio que tiene el bebé para regular sus propios sentimientos, su estado de ánimo interno, consiste en actuar sobre ese partenaire tan esencial que es su madre (o el sustituto de ella). Necesita la experiencia interactiva de que su acción reestructura con éxito al mundo: cuando la interacción entre la madre y el bebé es exitosa, el niño puede sentir que el mundo es proclive a responder y que él es eficaz, y avanza progresivamente hacia ese mundo que le permitirá desplegar su propio desarrollo personal.
 En ésta, que es la más temprana de las interacciones sociales, vemos de qué modo la búsqueda de reconocimiento puede convertirse en una lucha de poder, o de qué modo la afirmación se convierte en agresión. El fracaso de la mutualidad temprana parece promover la formación del límite defensivo entre lo interno y lo externo.

La paradoja del reconocimiento

El sí mismo del sujeto sólo puede ser reconocido por sus actos; sólo si sus actos tienen un significado para otro, tienen significado para él. En esos momentos tan primarios de la vida, esta dialéctica va estructurando su narcicismo (equivalente a sí mismo).
La mutualidad implica que el concepto de reconocimiento es un problema para el sujeto, cuya meta es sólo estar seguro de sí mismo. Cada persona necesita demostrar la certidumbre de sí misma,  en la lucha sostenida que todos enfrentamos con el otro. Esta lucha,  muchas veces culmina en la relación del amo y del esclavo, cuando uno se rinde y el otro se impone. Hegel ve el origen de la dominación en este desenlace, donde se diluyó el reconocimiento mutuo.

La necesidad de reconocimiento supone esta paradoja: en el momento mismo de comprender nuestra independencia, dependemos de que otro la reconozca. Igualmente, cuando comprendemos que mentes separadas pueden compartir el mismo estado, también advertimos que esas mentes pueden disentir.

El proceso que llamamos diferenciación,  opera a través del movimiento de reconocimiento. La naturaleza de este movimiento es necesariamente contradictoria. Sólo profundizando en la comprensión de esta paradoja podemos ampliar el cuadro del desarrollo humano para que incluya, además de la separación, el encuentro de las mentes.

Para Winnicott, el reconocimiento del otro se logra a través de un proceso paradójico, en el que el objeto tiene que ser destruido dentro de nosotros para que sepamos que ha sobrevivido fuera; así podemos reconocerlo como no sometido a nuestro control. El reconocimiento mutuo no puede lograrse por medio de la obediencia, de la identificación con el poder de la madre o de la represión. Requiere el contacto con el otro (con otros significativos, además de la madre).
El significado de la destrucción simbólica implica que el sujeto pueda comprometerse en una confrontación, y experimentar que esa colisión no es nociva para el otro ni para él mismo; que no provoca ni abandono ni retaliación, que es un devenir de la vida que se repetirá en innumerables ocasiones.

Cuando Winniccot habla del “ambiente sostenedor”, y “ambiente facilitador”, trata de definir las zonas en las que el niño puede desarrollar sus capacidades innatas porque el ambiente que lo rodea facilita su crecimiento (a quienes a su vez, se supone deseosos de que ese niño se transforme en un sujeto capaz de desarrollar multiplicidad de posibilidades).
La activación de las capacidades innatas es un proceso evolutivo que presupone la presencia de dos sujetos interactuarte, cada uno de los cuales contribuye con su parte.
En el curso de la diferenciación, el proceso de reconocimiento puede descarriarse (fallar), y entonces el sí mismo recurre a afirmar la omnipotencia propia o del otro (como defensa). Esta fractura en el reconocimiento propio es el punto inicial para entender el fenómeno del dominio.

La  intersubjetividad abarca la relación entre el sí mismo y el otro, con su tensión entre la igualdad y la diferencia, como un continuo intercambio de influencias. Cuando el conflicto entre dependencia e independencia se vuelve demasiado intenso, la psique humana renuncia a la paradoja en función de una opción. La polaridad, el conflicto entre los opuestos, reemplaza el equilibrio interno y en los términos de un alejamiento otorga la dependencia (niega la individualidad) y por tanto, monta las bases para la dominación.

En el sometimiento voluntario al dominio erótico (las fantasías y relaciones sadomasoquistas) vemos la paradoja en la que el individuo trata de liberarse por medio de la esclavitud.
La dominación comienza con el intento de negar la dependencia. Nadie puede sustraerse verdaderamente a su dependencia respecto de otros, y a la necesidad de reconocimiento. Esa paradoja inicial consiste en que el niño no sólo necesita lograr independencia, sino que debe ser reconocido como independiente por las mismas personas de las cuales depende.

Ese reconocimiento mutuo es quizás el punto más vulnerable del proceso de diferenciación. Si el otro me niega su reconocimiento, mis actos no tienen ningún significado; si el otro está tan por encima de mí que nada que yo pueda hacer modificará su actitud conmigo, sólo cabe que me someta. Mi deseo y mi ser como agente activo de mis actos no encuentran salida, salvo en forma de obediencia. Podíamos llamar a esto la dialéctica del control: si controlo totalmente al otro, el otro deja de existir (en tanto subjetividad autónoma) y si el otro me controla totalmente, soy yo quien deja de existir. La verdadera independencia supone mantener esa tensión esencial de estos impulsos contradictorios: tanto afirmarse a sí mismo, como reconocer al otro (sin que uno predomine sobre el otro). El dominio es consecuencia de la imposibilidad de sostener esta condición.

La relación de dominación es asimétrica, puede invertirse pero nunca convertirse en una relación recíproca o igualitaria. Entonces, el sometimiento se convierte en la forma única del reconocimiento. La afirmación de un individuo (el que manda) se transforma en dominio cuando el reconocimiento del otro (el que depende) se convierte en sometimiento. De modo que la tensión de fuerzas básicas de la interioridad  del sujeto, pasa a ser una dinámica entre individuos.

La relación de dominación se nutre en el mismo deseo de reconocimiento que encontramos en el amor; y el placer está en el dominio.
El poder visto como protector constituye el aspecto más importante de la autoridad. Es lo que inspira confianza y transforma la violencia en una oportunidad de sometimiento voluntario.
En las relaciones laborales podemos encontrar un paralelo en el que la complementariedad reemplaza a la reciprocidad. El dominio presupone a un sujeto atrapado en su omnipotencia, incapaz de establecer un contacto “vivo” con la realidad externa, y de experimentar la subjetividad de la otra persona como una instancia con posibilidad de confrontar. En la dominación encontramos que la complementariedad ha eclipsado la mutualidad.

¿Por qué el sadismo y el masoquismo se han asociado con lo masculino y lo femenino? La estructura profunda de complementariedad sigue existiendo, a pesar de la mayor flexibilidad de los roles sexuales contemporáneos. Para comprender los orígenes del dominio masculino y el sometimiento femenino debemos analizar cómo ha sido el proceso de diferenciación para cada género.
La persona que se ocupa de los primeros cuidados de los bebés suele ser mayoritariamente la madre. Los niños se identifican en un primer momento con la madre, pero para poder constituirse como varones deben desarmar esta identificación y definirse como el sexo diferente: eso da cuenta de una particular subjetividad, ya que ponen el énfasis en la independencia.
Esta necesidad de diferenciarse de la madre,  sumada generalmente a la identificación con un padre dominante, despliega un proceso por el cual empieza a ser vista como algo distinto de sí: con otra naturaleza, o como un instrumento, o como un objeto.
Al modificar la dependencia con respecto a ella con este carácter violento, el varón corre el peligro de perder su capacidad para el reconocimiento mutuo. Puede aceptar que el otro está separado, pero sin la vivencia empática. Si se relaciona con ella como si fuera un objeto, posteriormente esa modalidad relacional reemplazará el intercambio afectivo con el otro.

Las niñas no tienen que romper la identificación con la madre, lo cual constituye sin embargo una desventaja pues carecen de motivo alguno para desidentificarse de ella. La mujer no pone el énfasis en la independencia, sino en la fusión y la continuidad a expensas de su individualidad y de su  independencia. Todo ello proporciona un terreno fértil para el sometimiento. La sumisión muy frecuentemente está motivada por el miedo a la separación y el abandono.
Esto explica la tendencia al sometimiento femenino, ésa es la marca de su subjetividad. Las mujeres, al igual que los hombres, son por “naturaleza” sociales: lo que está en cuestión es la represión de su sociabilidad.

Diferencias de género: el varón  lucha por su libertad con respecto a la mujer que le engendró, con toda la violencia de un segundo alumbramiento, y allí comienzan las fantasías de omnipotencia y de exclusividad. Esa lucha por la autonomía se da en el ámbito del cuerpo y sus placeres. El impulso identificador de ser como el padre va unido a la lucha por la libertad. El “amor identificatorio”, el “ser como”, es el principal medio para que un niño de esta edad pueda reconocer la subjetividad de otra persona.
Cuando este proceso esta fallido, genera consecuencias complicadas.

Tenemos que reconocer (aunque este concepto genere controversias) que incluso hoy en día la feminidad sigue identificándose con la pasividad.
La mujer no expresa tanto su deseo, como su placer por ser deseada. Su poder no reside en su pasión, sino en ser deseable. Si una mujer no tiene ningún deseo propio, tiene que basarse en el deseo de un hombre con consecuencias desastrosas para su vida psíquica.

Esta autora interpreta la envidia al pene masculino como un esfuerzo por identificarse con el padre y así poder diferenciarse de la madre. Y expresa que el trabajo de la individuación no tiene por qué ser sólo una expresión de hostilidad respecto de la dependencia, también expresa el amor del mundo. Pero que predomine el amor o la hostilidad, depende de las circunstancias que rodeen al niño/a.

El conflicto entre la autoafirmación y la angustia de separación generan una ambivalencia esencial. El varón quiere algo más que la simple satisfacción de una necesidad, quiere que se reconozca su voluntad, su deseo, su acto; y allí empieza a comprender también la diferencia entre los géneros.

Las niñas tienen menos entusiasmo exploratorio que los varones (según Margaret Mahler).
Esta diferencia se debe a la mayor identificación de la madre y a la tendencia de ésta a reforzar la independencia del hijo varón. Entonces en su angustia por separase de la madre, buscan una figura de apego que represente su pasaje al exterior: esa figura es el padre. Este, en relación con su hija está  complicado respecto del acercamiento porque revive su propio alejamiento infantil, y se repliega (inconcientemente).
La aspiración de la niña a la independencia produce rabia por el no reconocimiento, y se vuelven hacia adentro. Al crecer, la mujer  idealiza al hombre que tiene lo que ella supone que nunca tendrá (poder, deseo).
En la actualidad, se empieza a comprender las consecuencias que tiene para la niña el que el padre no se comprometa en la relación, que esté ausente u ofrezca seducción en lugar de identificación.
En estos momentos se considera que el sujeto integra los aspectos masculinos y femeninos en la mismidad (Freud describió a este concepto como la ‘bisexualidad’). Una persona capaz de mantener esta flexibilidad, puede aceptar todas las partes de ella misma y del semejante; tiene amplias posibilidades de salir airoso en la confrontación con el otro reconociéndolo como un par, defendiendo su posición subjetiva en tanto pueda  aceptarla como válida.


(1) Conceptualización perteneciente a Jessica Benjamin, profesora asociada de psicología clínica en el Programa de Posdoctorado en Psicoterapia y Psicoanálisis de la Universidad de Nueva York. Pertenece al cuerpo docente de la Nueva Escuela de Investigación Social y ejerce la práctica privada. Es autora de  “Los lazos del Amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación”; de “Sujetos iguales, objetos de amor - Ensayos sobre el reconocimiento y la diferencia sexual” (Paidós);  y de numerosos artículos.

**Email: cesio.sonia@gmail.com   

sábado, 5 de octubre de 2013

EL PSICOANÁLISIS HOY - DIFERENTES ENFOQUES DE AUTORES VARIOS


Mariam Alizade (1) dice que el encuadre es el marco propicio al desarrollo del análisis, y es el sosten de los miedos a los propios contenidos psíquicos.
Formaliza el aspecto externo: horarios, honorarios, frecuencia y tiempo de las sesiones, manejo de las vacaciones, reglas respecto a ausencias y faltas, posición en el diván, duración. Incluye al encuadre interno, que  implica las reglas fundamentales de asociación libre, de atención flotante y de abstinencia que fueran tempranamente enunciadas por Freud. Bleger (1967) agregó el rol del analista. El encuadre interno añade a estas reglas las regulaciones y procesos psíquicos que emanan de configuraciones internas del psicoanalista que se gestan a medida que el propio analista interioriza la disciplina psicoanalítica. Comprende el desarrollo de la capacidad de empatía, la permeablidad del analista a su propio inconsciente y al del paciente, la transmisión e interacción entre inconscientes, el despliegue de la creatividad en el arte de curar.
El paciente puede cuestionar el encuadre externo: "pelear" los honorarios, negarse a tomar muchas sesiones semanales, rechazar el uso del diván, exigir cambios de horarios, etc. Lo que no puede, -he aquí el territorio del psicoanálisis- es sustraerse al impacto, a los efectos y a la puesta en juego del encuadre que mueve sutiles engranajes metapsicológicos y transferenciales. El trabajo con el encuadre tanto interno como externo requiere ajustes periódicos que reorganicen sus interacciones y replanteen su complejidad.
En 1905, Freud utilizó la palabra actuar (agieren) para designar el abrupto abandono de su paciente Dora. El acting en la transferencia, en sus diversas formas, y el movimiento del paciente y del analista es un fenómeno que ‘ataca’ al encuadre. El peculiar arte analítico es analizar el  acting, su significación y su relacion con el proceso analitico.
El dispositivo analítico añade a la pericia clínica, la instrumentación de los referentes teóricos, la filiación analítica, la escuela o los autores preferidos, las transferencias, los puntos ciegos, la interacción con el espacio institucional, etc.
Dispositivo analítico y encuadre son dos términos en relación de intersección, con áreas comunes y áreas independientes el uno del otro. Conviene aclarar que el dispositivo analitico comprende : el proceso analítico, la relación analítica transferencial y el encuadre.

Lucila Edelman (2) nos dice ‘el encuadre, en tanto un conjunto de normas que se sostienen a lo largo de cierto tiempo, es equivalente a una institución, y éstas, a su vez, forman parte de la personalidad de cada sujeto’…’ me parece interesante una reflexión clínica sobre uno de los aspectos muy cuestionados del psicoanalisis: el encuadre. El mismo comprende el conjunto de acuerdos entre el analista y él o los analizandos, y garantiza un mínimo de interferencias en el trabajo analítico’.
Implica: las interrupciones regladas, los honorarios que correspondan, y una razonable explicación respecto del modo de trabajo.
De esta manera se establecen prescripciones y prohibiciones que pueden proteger de arbitrariedades dependientes del deseo inconciente de unos u otros.
Es importante agregar que el encuadre sostiene el aspecto regresivo, promovido a su vez por el marco de trabajo propuesto. Asi que cualquiera que sea el dispositivo: individual, grupal, familiar, institucional, de pareja; siempre hay un encuadre.
La prescripción de una alta frecuencia de sesiones como parte de la esencia del psicoanálisis, particularmente en la época de Freud, donde podría decirse que esa técnica sostuvo la teoría en función del desarrollo del proceso transferencial más profundo.
Se estableció también la supresión de todo aquello que tuviera que ver con las características del analista, el que debía ser sólo una pantalla de proyección del analizando, junto con la neutralidad del analista.
El encuadre, entonces, como ocurre con la simbiosis, es mudo (segun J Bleger), hasta que se produzcan variaciones que admitan su interpretación y la comprensión de las mismas.
Conviene  incluir en el contrato la referencia  a ciertas situaciones, tales como: fechas de vacaciones diferentes de la establecidas, viajes por trabajo, etc., en función de evitar la aparición de resistencias.
En la actualidad, se disminuyó significativamente el número de sesiones consideradas necesarias, o la existencia de un tiempo fijo de duración para grupos institucionales, entre otros cambios de aquellos elementos del encuadre que anteriormente aparecían como teóricamente fundados.
En los últimos años, en los que aparecen problemáticas narcisistas importantes, o algunas patologías intensamente simbióticas, se plantea la dificultad en cómo terminar la sesión en el horario preestablecido. La función de corte, de discriminación, resulta difícil de ejercer; en ocasiones se advierte como una forma de violencia (similar al abandono), según el caso.
Las fallas en el continente macro social facilitan la emergencia de aspectos más narcisistas y regresivos (por ej, vivencias de intensa angustia, desidentificación, regresiones, afectación de la autoestima, agresiones, actuaciones en las que el sujeto no se reconoce a sí mismo).
En estas circunstancias conviene revisar el tema de los honorarios, hasta que el dispositivo se convierta en un lugar “seguro”. Estas intervenciones conviene que sean compartidas con el paciente y previamente evaluadas personalmente por el analista (en tanto le resulte admisible).
Las circunstancias de emergencias o el acceso de determinados fenómenos, vinculados a los contenidos sobre los que se trabaja, estará en relación con el tipo de intervenciones del analista, incluyendo ciertas modificaciones en la habitualidad del trabajo.

Respecto de la frecuencia de una vez por semana, tan común en la actualidad,  Mariana Wikinsky (3) considera que 'la indicación es siempre el resultado de un proceso de entrevistas que evalúa no sólo las cuestiones diagnósticas, sino también el modo en el que el paciente que consulta “imagina” su tratamiento; qué lugar ocuparía en su vida, cómo ha llegado a la decisión de consultar, qué impacto produce en él haber tomado esa decisión, cuánto tiempo le llevó tomarla, con qué expectativas eligió al terapeuta para desarrollar esas entrevistas; y si resulta natural a su historia cultural y biográfica hacer una consulta psicoanalítica’.
Todas estas cuestiones inciden en la indicación de la frecuencia. Del mismo modo, del trabajo que se empieza a desplegar una vez iniciado el análisis, van surgiendo también decisiones -siempre compartidas con el paciente- acerca de la frecuencia con la que seguiremos desarrollando nuestro trabajo. Con esto quiero decir que la indicación de la frecuencia siempre es el resultado del conocimiento de cada paciente singular.
Suele ponerse en marcha, en algunos pacientes, procesos productivísimos con ese ritmo de trabajo. Conviene preservar el buen vínculo terapéutico, y junto con el abordaje “técnicamente correcto”.
Muchos pacientes en sus primeras entrevistas dan por sentado que vendrán una vez por semana, algunos por motivos económicos; en otros casos sencillamente porque de este modo han pensado en todo momento el curso de su terapia.
Más de una vez ha ocurrido que naturalmente se aumenta el número de sesiones semanales, y cuando no ha sido así, lo fue porque con una vez por semana el trabajo ha encontrado productividad.
La contraindicación de la frecuencia de una vez por semana se sostiene básicamente en dos motivos: a) tendencia a la actuación, b) altos niveles de sufrimiento o angustia.
El psicoanálisis tiene el sentido de aliviar el sufrimiento de las personas; asi que lo que debemos garantizar es la construcción de las condiciones en las que el método psicoanalítico pueda desarrollarse. Estas condiciones no necesariamente están asociadas a la frecuencia semanal.
Respecto del empleo del diván; no conviene que sea a reglamento, sino cuando resulta adecuado para el paciente, y esto es no sólo qué situación clínica presenta, sino si desea trabajar de esa manera. Puede  proponerse para tratamientos de una vez por semana o más, cuando existe capacidad asociativa (analizabilidad), cuando el diván no se transforma en sí mismo en una fuente de angustia y cuando el paciente no lo vive como un rito extraño a su cultura.
Recordemos que comenzar a analizarse implica siempre -desde la primera entrevista- un impacto subjetivo y emocional importante, si pensamos que quien consulta debe aceptar la idea de hablarle a una persona que acaba de conocer, de lo que quizás represente sus secretos más íntimos, o lo que más pudor le produce, entonces se vuelve indispensable que “hospedemos” a nuestro paciente en un ámbito cómodo y confiable, en el inicio de un proceso y que la técnica no se vuelva un obstáculo sino un vehículo a través del cual podamos aliviar el sufrimiento y modificar las significaciones que lo provocan.
Las sesiones duran alrededor 50 minutos (pueden ser 60). En pacientes adolescentes, se puede modificar ese tiempo en alguna sesión específica, por algún motivo específico.
Se puede hablar por teléfono si un paciente lo necesita, o utilizar el e-mail en algunos casos, siempre y cuando las asociaciones, el relato y análisis de los sueños y la interpretación de la transferencia, esta al servicio de la puesta en marcha del método psicoanalítico’

Marta Gerez Ambertín (4) dice: ‘Es conveniente sostener la transferencia y la escucha considerando la singularidad de la persona –el caso por caso- . Esto implica re-crear los tiempos de las sesiones y la frecuencia semanal de las mismas, atendiendo la singularidad del deseo de cada analizado. La modalidad de la escucha del analista y la demanda del analizante hace a la de la transferencia y, a la vez, en la modalidad de la transferencia se juegan los tiempos de la escucha que van contorneando los tiempos de la demanda y sus variaciones. El encuadre es sostén de este proceso que se pondrá en curso.
Ligado a esto está el tema del dinero. El trabajo de análisis solicitado implica un pago de honorarios, y a su vez, una deuda. Dicha deuda se amortiza por un pago (con dinero) que se correlaciona con la sustitución simbólica. El analista no trabaja “gratis” - lo que expondría al peligro de cobrar de otros modos - por ej con satisfacciones sustitutivas, las que están interdictas.
¿Quién, o qué, pone el precio a una sesión analítica? ¿No son acaso las vicisitudes de la demanda y de la cura las que lo determinan? ¿No es acaso preciso plantear las estrategias de los analistas con pacientes o analizantes de varios años que entran en la brecha del desempleo o sub-empleo? ¿Cómo re-creamos ahí la práctica psicoanalítica sin ceder en el deseo de analizar? Tambien aquí se pone en juego el caso por caso, y el despliegue de un dispositivo que sostenga la transferencia, la escucha y la posibilidad de interpretar los contenidos inconcientes y asi aliviar la angustia.
Hemos de admitir que hoy la situación social es complicada. La pauperización progresiva de la clase media, la inestabilidad laboral, los recortes salariales, en fin, la caída del nivel de vida de la población en general, presentan un panorama que debemos afrontar, dejando de lado estandarizaciones previas y creando una circunstancia que posibilite el trabajo entre el paciente y el analista. 
Hay escasez de dinero, entonces , ¿qué hacer, con la cuestión del pago de honorarios en medio de una situación económica no estabilizada? Es imprescindible replantearnos el tema y elaborar nuevas respuestas. Conviene recordar que Freud ya advertía en 1933: “Nos limitaremos, a la antigua usanza, a sustentar nuestras propias convicciones, arrostraremos el peligro del error porque es imposible ponerse a salvo de él (...). Y en lo que respecta al derecho de modificar nuestras opiniones cuando creemos haber hallado algo mejor, en el psicoanálisis hemos hecho abundante uso de él” (34º conferencia).
Respecto de la frecuencia de sesiones con el analizando, considero que podría pactarse con un paciente una sesión semanal cuando el tiempo de la transferencia y la escucha analítica pueden anudarse a la demanda del analizante. Pero… es preciso dejar abierta la posibilidad de aumentar dichas sesiones cuando se producen momentos cruciales en un análisis, que ni analista ni analizante pueden prever.
Del mismo modo que ante una situación de emergencia, tipo despido, pérdida del valor del dinero, etc; tendríamos que pensar cómo nos diferenciaríamos del acreedor (o de la empresa que expulsa).
Cuando el dispositivo está instalado en torno a la transferencia, la única sesión no es un obstáculo intransitable. En todo caso, el obstáculo queda más del lado del analista, quien debe azuzar la escucha y estar más que atento a la estrategia del proceso analítico.
El paciente de una vez por semana supone más trabajo para el analista; indudablemente lo óptimo es el trabajo de dos sesiones semanales; pero no siempre lo óptimo es lo posible.
Resumiendo, entonces, con los recaudos señalados, sostengo que la “única sesión semanal” no impide un análisis.
La utilización del diván no plantea obstáculos, salvo en los momentos críticos de eclosión de angustia donde conviene trabajar cara a cara con el paciente, pero esto sucede también con analizando de más de una vez a la semana’

Sonia Cesio (5) refiere respecto del trabajo del psicoanalista, hoy, en el momento actual, que implica un acto creativo constante, que anudará la teoría a la técnica  buscando estimular el proceso de hacer conciente lo inconciente.
Ello implica acordar con el paciente la frecuencia, los honorarios, el encuadre y la forma de trabajo, en función de la analizabilidad buscada.
Se entiende por analizabilidad a la disposición de quien consulta, para detenerse a reflexionar con el analista, y volver a pensar con ese otro, sobre sus propias vicisitudes.
Se mencionó anteriormente, la abundancia en la actualidad de las personalidades ‘de borde’ que están sostenidas por una estructa difícil de desarmar, por la rigidez que detenta lo que dificulta la movilidad y el cambio.
Cuáles son los datos a tener en cuenta: el tipo de discurso, que generalmente circula alrededor de creencias; certezas; o de la enorme desconfianza en la vialidad del análisis para aliviar el sufrimiento. Si a esto le sumamos la fragilidad económica actual, en cuanto al valor del dinero y la dificultad de obtenerlo, estamos ante factores que complican el abordaje psicoanalítico.
Acuerdo con los otros autores, proponer entrevistas iniciales para conocerse mutuamente (analista y paciente) y para dar a conocer la herramienta, los tiempos (que demandan los cambios); y asi evaluar la posibilidad de espera, y particularmente: la escucha.
Esta interacción, con el relato de los padecimientos que llevan al deseo de inicio de tratamiento, más las fantasias que se despliegan en torno a las aspiraciones ligadas a esta experiencia terapéutica, les permitirá a ambos establecer la forma más adecuada de trabajo.
No se trata de una ‘libre acomodación’ al dispositivo psicoanalítico, sino a buscar una forma de trabajo conjunto, donde el discurso del paciente puede acompañarse del análisis de sus fantasías, asociaciones libres, sueños, lapsus. Y en función de este material, analizar e interpretar los diferentes contenidos expuestos.
La frecuencia de una vez por semana, si bien es un marco de trabajo muy ‘justo’ en cuanto al despliegue de los fenómenos mencionados, igual ponen en marcha los fenómenos  transferenciales/contratransferenciales. Todos estos elementos dan la posibilidad al analista de ‘devolverle al paciente lo que es de su propiedad’ por medio de la interpretación psicoanalítica, según nos dice Horacio Etchegoyen (6). En ese contexto es posible el despliegue del proceso esencial de ‘hacer conciente lo inconciente’.

Respecto del encuadre, conviene recordar que la esencia del mismo es el sostén del dispositivo analítico. Da cuenta de lo permitido y lo prohibido en función del trabajo a desarrollar entre en analista y el paciente. Sigue teniendo vigencia plena, asi se trabaje con una sesión o más; en forma presencial o a distancia.
Es un tema que genera enfoques dispares, pero justamente su establecimiento favorecerá la emergencia de resistencias, que es la via regia para desarmar los síntomas; la comprensión del sentido de los mismos y el acceso a elementos simbólicos. El efecto producido alivia la angustia y le devolverá al paciente la energia hasta entonces retenida por el/los síntomas. Ese fenómeno es generador de alivio y bienestar, y estimula  a profundizar en el proceso puesto en marcha.
Respecto de la abstinencia del analista, sabemos que está al servicio de frustrar las satisfacciones sustitutivas (que mantienen los sintomas) y crea el clima propicio para la emergencia de vivencias pasadas (infantiles). No me refiero a tener una actitud inflexible, sino a establecer la distancia necesaria para poder mantener activo el ‘yo observador’ del analista, tanto para pensar en el discurso del paciente, como para entender  y asi interpretar su propia contratransferencia.
Respecto de los honorarios a cobrar, es conveniente para el analista, tener un marco de referencia donde entren en consideracion: su formación personal, la antigüedad en la profesión, el tipo de  pacientes con el que trabaja, etc. Es algo asi como un encuadre personal, pero en este caso, referido al dinero que se espera recibir por el trabajo con el/los paciente/s. Es beneficioso que los honorarios establecidos generen satisfacción en el analista respecto del trabajo: lo cual aumentará en la disposición a profundizar el analisis en ambos integrantes de la dupla.
Sabemos que el trabajo de análisis es una tarea enriquecedora, beneficiosa para la salud del paciente y proveedora de experiencia para el terapeuta; pero también es ardua, dificil, dolorosa (según el caso). Ambos comparten las vicitudes penosas de uno de los integrantes de la dupla, por eso considero importante que el analista se sienta cómodo con sus honorarios, y que el paciente pueda pagarlos, tanto en función de la carga libidinal puesta en el deseo de curarse, como en relacion al mantenimiento cotidiano del tratamiento.
El valor libidinal del dinero está en relación directa con la catectización del deseo de mejorar la calidad de vida y es objeto de análisis, tanto como los otros componentes del discurso.
Conviene verificar en cada paciente, la ‘inversión económica’ que está dispuesto/a hacer para acceder a sus conflictos inconcientes y asi poder revisar juntos (analista y paciente) la analizabilidad/movilidad del valor del dinero. Abrirá el camino a seguir, junto con los otros contenidos que se desplegarán en el trabajo analítico.
El planteo de honorarios  y sus significados propuesto anteriormente, tiene validez tanto para el trabajo presencial, como para el trabajo online, con pacientes que se tratan ‘a distancia’.
La diferencia es, justamente, la distancia. Con el paciente presencial, alli cara a cara tenemos mas recursos para tramitar la cuestión del dinero.
Con el paciente a distancia, sugiero establecer un honorario previamente y reclamar su pago. Como una especie de prueba, tanto del compromiso como del deseo de mantener el trabajo analítico. Naturalmente, si se establece un trabajo analítico, se podrá reencuadrar el dispositivo (si es necesario) o mantenerlo como se habia iniciado. 

Referencias:

(1) Alizade, A. M.(1996): Mesa redonda "Pensando la clínica y la psicopatología actuales", Rev. Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, Nº 22, pág. 43 y descriptor de este concepto en la Comisión de Informática de dicha Escuela, julio 1997.

(2) Lucila Edelman - Psiquiatra y Psicoanalista - Miembro de la
 A.A.P.P.G.- Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo

(3) Mariana Wikinsky – Psicoanalista – Miembro de:

(4) Marta Gerez Ambertín - Psicoanalista

(5)  La Lic Sonia Cesio - Psicoanalista


(6) Ricardo Horacio Etchegoyen – Psicoanalista – Autor de " Los fundamentos de la técnica psicoanalitica - Amorrortu, 1992  entre sus numerosas publicaciones.